miércoles, 3 de febrero de 2010

Entrevista con el politólogo francés Franck Gaudichaud "Crear un movimiento eco-socialista mundial desde 'abajo'"

Mauricio Becerra R.
El Ciudadano

Después del fracaso de Copenhague y a 10 años de las protestas de Seattle


Luego de que en la Cumbre de Copenhague se impusiera por parte de los países ricos un acuerdo al servicio de los intereses corporativos del Norte, el consenso entre ecologistas y anticapitalistas se hizo evidente. Se trata de superar el capitalismo del desastre. El Ciudadano conversó con Franck Gaudichaud, analista, miembro de Rebelion.org y activista del Nuevo Partido Anticapitalista francés, para quien “frente a la urgencia climática, sólo nos queda autoorganizarnos”.

Gaudichaud ha indagado en las experiencias del movimiento obrero chileno durante la Unidad Popular, que cuajó en el libro ‘Poder popular y Cordones Industriales. Testimonios sobre el movimiento popular urbano 1970-1973’ y hoy es docente titular en Civilización hispano-americana en la Universidad Grenoble 3, Francia. Gaudichaud llama a desarrollar el Ecosocialismo para hacer frente a la barbarie neoliberal.

¿Qué diferencia podemos hallar entre el movimiento que emergió en Seattle hace 10 años con la experiencia del Klimaforum en Copenhague de este año?

- Hay que entender lo que se inició en Seattle hace 10 años atrás para pensar el movimiento actual en Copenhague. Las luchas colectivas de Seattle fueron un primer gran éxito ya que llevaron a esta cumbre al fracaso después de los años de hegemonía política, económica e ideológica del neoliberalismo. La dominación del “consenso de Washington”, de las privatizaciones-flexibiliz
aciones del FMI, de la OMC y de las multinacionales han sido cuestionadas en Seattle por lo que aparece como el inicio de un “movimiento de movimientos” mundial que busca rearticular y organizar el campo popular después de la caída del muro de Berlín y el fin de los “socialismos reales” de Europa del este (socialismos burocráticos autoritarios). De hecho, se considera muy a menudo que esta dinámica novedosa comenzó unos años antes en Chiapas, en la selva lacandona, cuando el grupo de los neozapatistas (y del subcomandante Marcos) dijeron “!Ya Basta!” al neoliberalismo y al acuerdo de libre-cambio del TLCAN.

¿Qué importancia le otorgas a este alzamiento?

- Marcó simbólicamente el inicio de ese ciclo internacional de protesta frente al “nuevo orden mundial” capitalista proclamado por Bush padre en 1991 y surgido de la reorganización del mundo posterior a la desintegración de la URSS y a la primera guerra del Golfo en 1991. Los zapatistas fueron pioneros porque supieron poner de realce un discurso universal de crítica situando su lucha especifica en un cuadro global: gritaron con los pueblos del mundo “si a la humanidad, no al neoliberalismo” proponiendo crear “un mundo donde quepan todos los mundos”(1). Estas ideas se reafirmaron con la convocatoria del primer “Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo” en la Selva Lacandona, en 1996. Lo que el filósofo marxista Daniel Bensaïd denomina “internacionalismo de las resistencias” o “nuevo internacionalismo” se prolonga con las protestas de Seattle contra la OMC en noviembre de 1999 y sobre todo surge, con todo su fuerza, durante el Foro Social Mundial de 2001 en Porto Alegre - Brasil (2001) (2). Para entender este proceso, hay que leer el último libro de Ester Vivas y Josep Maria Antentas: Resistencias globales. De Seattle a la crisis de Wall Street (Editorial Popular, Madrid, 2009).

¿El Klimaforum se inscribe dentro de este proceso?

- Sin lugar a dudas, la contra-cumbre del “Klimaforum” se inscribe en esta trayectoria del movimiento altermundialista nacido durante los 90. Se trata de un movimiento no lineal y por supuesto plural, cruzado de múltiples contradicciones políticas pero también de mucha riqueza gracias a su diversidad, un movimiento de movimientos que ha vivido altibajos durante su corta existencia. Como lo escriben Vivas y Atentas: “Desde mitad de los noventa una serie de campañas internacionales, movilizaciones y encuentros, en interrelación con luchas significativas a escala estatal, fueron dibujando un entramado de redes, organizaciones, y experiencias cuya solidez y consistencia iría en aumento. […] La explosión del movimiento Seattle inauguró un periodo de rápido crecimiento del movimiento, hasta las movilizaciones contra el G8 en Génova en julio de 2001 y los atentados del 11 de septiembre (11S) en New York. Ésta fue una fase de desarrollo lineal, semi-espontáneo y “automático” del movimiento”. Pero después del 11S y con la nueva ofensiva imperialista de Bush, el movimiento perdió centralidad y peso político. De nuevo, siguiendo al gran movimiento antiguerra de 2003 contra la invasión en Irak, conoció una fase creciente de dispersión y fragmentación. El “movimiento alter” ha mostrado importantes limites también en términos de propuesta programática concreta y de construcción de agenda de luchas globales, cuando el capitalismo sigue devastando el planeta y que la crisis mundial la están pagando los pueblos, del Sur en particular. Si hacemos un balance, el movimiento ha tenido pocos éxitos concretos y no ha sido capaz de revertir el “orden de la cosas”, es decir enfrentar el capital y poner en jaque sus estados. Pero en el ámbito simbólico e ideológico ha jugado un papel clave de “rearme” del pensamiento crítico mundial y de intercambio de ideas y experiencias colectivas. Este aspecto es sumamente importante después de la noche neoliberal y de su pensamiento hegemónico único. Y en Copenhague (como en Belem en el Foro social mundial) hemos visto de nuevo militantes y organizaciones sociales de todo el mundo criticando frontalmente el orden mundial y, al mismo tiempo, haciendo numerosas propuestas radicales de desarrollo alternativo, no productivistas y presionando a los gobiernos para que tomen medidas concretas urgentes. En este sentido, estoy de acuerdo con el análisis de Cédric Durand (economista de la revista Contretemps) (3): a diez años de Seattle, las movilizaciones y los debates marcan un nuevo impulso para el movimiento altermundialista y una transformación del espacio de las convergencias de luchas internacionales. Así, Copenhague se inscribe en une continuidad de resistencias desde Seattle, por ejemplo con la acción de masa titulada “Reclaim Power” (4) que proponía interrumpir la rutina de las negociaciones para la organización de una “Asamblea de los Pueblos” invadiendo el lugar mismo donde se hallaban las selectas negociaciones institucionales gubernamentales. Al mismo tiempo, Copenhague va más allá de Seattle por el tamaño de la protesta: Cien mil personas desfilaron el 12 de diciembre 2009 contra un poco más de 20 mil en Seattle, su dimensión política y sus propuestas alternativas concretas.

¿Podemos decir que hoy existe una confluencia, que no había en la década de los ‘90, entre los movimientos ecologistas y los anticapitalistas al coincidir ambos en que el enemigo es el capitalismo del desastre?

- Hay que aclarar algo esencial: no se puede poner en el mismo plano el movimiento altermundialista o “antiglobalización” con el anticapitalismo. Dentro del primero militan activista anticapitalistas, pero el movimiento altermundialista es mucho más variado y son muchos los altermundialistas que siguen pensando que se puede regular el capital, crear una “economía mundial social de mercado”, que el tiempo de las revoluciones o de las rupturas anticapitalistas terminó, que el Estado de bienestar puede ser reconstruido o sea una visión socialdemócrata, reformista o antiliberal moderada. El movimiento está conformado de muchas ONG’s, parcial o totalmente institucionalizadas, de sindicatos, de colectivos múltiples como por militantes de orientación variada como libertarios, comunistas, cristianos sociales, ecologistas, etc. Es cierto que durante los últimos años muchos activistas “moderados” se han radicalizado frente a la regresión neoliberal y a la fuerza del imperialismo militar. Y por eso, más que nunca tenemos que explicar que la única alternativa posible es anticapitalista. Como lo plantea Michael Löwy, “¿Cuál es la raíz de la dominación totalitaria de los bancos y de los monopolios, de la dictadura de los mercados financieros, de las guerras imperialistas, si no el sistema capitalista mismo? Por supuesto, todos los componentes del movimiento altermundialista no están dispuestos a sacar esta conclusión: algunos sueñan todavía con un retorno al neokeynesianismo, al crecimiento de los “treinta gloriosos” o al capitalismo regulado, con un rostro humano. Estos “moderados” tienen su lugar en el movimiento, pero es innegable que una tendencia más radical tiende a predominar. La mayor parte de los documentos generados por el movimiento ponen en cuestión no solamente las políticas neoliberales y belicistas, sino el poder del capital en sí mismo” (5).

¿Qué efectos permite esta confluencia en la articulación del movimiento social y en las luchas futuras?

- Es un hecho no menor de las movilizaciones de Copenhague: hoy existe un puente entre el movimiento por la justicia social global y el movimiento por la justicia climática global. Eso, creo, es la esperanza fundamental del Klimaforum, de la coalición “Climate Justice Now” y de todos los militantes que estuvieron compartiendo este evento. Los militantes del Klimaforum, donde participaron 522 organizaciones provenientes de 67 países como los activistas “autónomos” de “Climate Justice Action” quisieron oponerse, cado uno a su manera, al slogan de los países industriales y de los grandes monopolios que siguen diciendo “Business as usual”, pase lo que pase “después de mi el diluvio”. Desde 1999, los lemas del altermundialismo han sido: “El mundo no está en venta”, “Globalicemos las resistencias” u “Otro mundo es posible”, ahora podemos añadir: “El planeta, no el lucro”, “Justicia climática ahora”, “Cambiemos de sistema, no de clima”, “¡No existe un Planeta B!”. Todo lo que se pudo leer en los muros de Copenhague ya hace parte del patrimonio de la resistencia global. Todo esto va en la misma dirección: la de una critica a un mundo dominado por el mercantilismo, la privatización y el capital transnacional. Así de Chiapas en 1994 a Copenhague en 2009, los pueblos movilizados están diciendo, de alguna manera, a las clases dominantes de este mundo que la historia no ha terminado (como lo proclamó apresuradamente Francis Fukuyama) y que no es el planeta que hay que destruir sino el capitalismo…. Y más aún cuando se ve el vergonzoso resultado de las negociaciones en Copenhague que desembocó en un acuerdo final al servicio de los intereses corporativos del Norte: 193 estuvieron en la cumbre, representados, en su mayoría, por sus jefes de Estado y Obama (y su pequeño grupo de “países amigos”) pasaron por alto el procedimiento colectivo de la ONU, lo que tuvo como consecuencia un documento no vinculante, que fue presentado bajo la premisa “tómalo o déjalo”. Frente a este fracaso irresponsable y anunciado, el foro alternativo ha sido la “semilla de esperanza”: como lo dice Amy Goodman, “la cumbre sobre cambio climático de Copenhague no logró alcanzar un acuerdo justo, ambicioso y vinculante, pero inspiró a una nueva generación de activistas a sumarse a lo que se reveló como un movimiento mundial por la justicia climática maduro y sólido” (6).

Una crítica a estos encuentros es que confluyen en momentos de reuniones o cumbres de los agentes del poder mundial ¿Cómo salir de la lógica del evento o de contra cumbres y desarrollar una agenda propia?

- Como lo escribió hace poco Naomi Klein, el movimiento de los movimientos parece haber logrado pasar a la “edad adulta” y alcanzado madurez política, desde 1999 (7). Pero es que ¡la urgencia también es inmensa y estamos al borde del abismo ecocida y de la barbarie de la autodestrucción de la humanidad! En Copenhague se trató de protestar y oponerse y al mismo tiempo de proponer un modelo de transición eco-social frente a la crisis climática: una estrategia de transición de justicia climática plasmada en la “declaración de los pueblos” del Klimaforum (8), que propone abandonar completamente los combustibles fósiles en los próximos 30 años; reconocer, pagar y compensar la deuda climática (80% de los recursos del planeta están consumidos por 20% de personas – esencialmente de los países del norte); rechazar las falsas y peligrosas soluciones orientadas al mercado y centradas en la tecnología y poner en marcha soluciones reales basadas en: Soberanía alimentaría y agricultura ecológica; Soberanía energética; Planificación ecológica de las zonas urbanas y rurales; Instituciones educativas, científicas y culturales; Fin al militarismo y a las guerras y, punto central: Apropiación democrática, control de la economía y “formas más democráticas de gestión”. Todos estos puntos, por supuesto, hay que afinarlos y debatirlos pero para poner en practica todo esto el documento avanza una serie de medidas inmediatas que hicieron consenso a pesar de las grandes diferencias políticas existentes. Pero más allá de este consenso, las grandes opciones estratégicas siguen abiertas. El movimiento por la Justicia climática conoce su enemigo: el capitalismo y sus instituciones y denuncia la dominación mundial por las transnacionales como las falsas soluciones inspiradas del “Capitalismo verde”. Pero como construir políticamente estas alternativas: ¿Qué relaciones con los partidos de izquierda, con la noción de “toma del poder”, con las clases populares? ¿Qué posición en el debate entre (de)creciminento radical, “simplicidad voluntaria” y “desarrollo verde”?, ¿Qué balance y lecciones después de los socialismos reales, productivistas e insostenibles?, ¿qué estrategias de ruptura del sistema capitalista?, etc.

¿Cuáles son los próximos pasos a seguir por el movimiento anticapitalista?

- Yo no puedo pretender hablar en nombre del « movimiento anticapitalista ». Lo que si puedo es responder como militante del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA – Francia - www.npa2009.org): saludamos las convergencias de luchas que hubo en Copenhague y denunciamos el fracaso organizado por Obama y la Unión Europea (incluyendo a Sarkozy), entre otros. Vamos a seguir movilizándonos, de manera amplia y unitaria, para articular Justicia social y Urgencia climática en la perspectiva de la construcción de una « alternativa solidaria » Norte-Sur anticapitalista, internacionalista y antiproductivista. La propuesta de Evo Morales de un tribunal de justicia climática me parece interesante como su llamado a una cumbre alternativa en Bolivia en abril 2010. También es necesario apoyar la original iniciativa ecuatoriana de “dejar el petróleo en la tierra” a través del “proyecto ITT”: se trata de no explotar unos 850 millones de barriles de petróleo situados en el Parque Yasuní, que constituye una reserva natural con una de las biodiversidades más importantes en el mundo. La explotación de este petróleo pesado podría significar para el Estado un ingreso que fluctuaría entre 5.000 y 6.000 millones de dólares (con un precio cercano a 70 dólares el barril). Para nosotros, el desafío fundamental es el combate colectivo hacia una clara perspectiva ecosocialista como ha sido defendida -entre otros- por Michael Löwy en Copenhague.

¿Podrías definirnos que es ‘Ecosocialismo’?

Dicho término propone unir dos conceptos -“ecología” y “socialismo”- para crear un nuevo significado, un concepto de civilización radicalmente diferente, un proyecto de sociedad y de relación con la naturaleza, con la “madre tierra”, cargado de respeto, justicia, humanismo, libertad, participación y utopía. El Ecosocialismo es un intento de proporcionar una alternativa integral, basada en los argumentos del movimiento ecologista y en la crítica marxista de la economía política. Se trata de ligar el combate histórico, social del movimiento obrero con las reivindicaciones del movimiento ecologista y, en este camino, el elemento más importante para una transformación ecosocialista es y será la autoorganización colectiva de los de “abajo”: “¿Qué es entonces el ecosocialismo? Se trata de una corriente de pensamiento y de acción ecológica que integra los aportes fundamentales del marxismo, liberándose de las escorias productivistas; una corriente que entendió que la lógica del mercado capitalista y de la ganancia –así como la del autoritarismo tecnoburocrático de las difuntas “democracias populares”– son incompatibles con la defensa del medio ambiente. En fin, una corriente que, criticando la ideología de las corrientes dominantes del movimiento obrero, sabe que los trabajadores y sus organizaciones son una fuerza esencial para toda transformación radical del sistema.” (9) La humanidad se enfrenta hoy a una dura opción: ecosocialismo o barbarie. Como lo anuncia la declaración ecosocialista presentada en el último Foro social mundial de Belem (Brasil): “El movimiento ecosocialista tiene como objetivo detener y revertir el desastroso proceso de calentamiento global en particular y el ecocidio capitalista en general, y construir una alternativa radical a la práctica y el sistema capitalista. El ecosocialismo se basa en una economía basada en los valores no monetarios de la justicia social y el equilibrio ecológico. Critica tanto “la ecología de mercado” como el socialismo productivista, que ignoraba el equilibrio de la tierra y sus límites. Redefine la ruta y el objetivo del socialismo dentro de un marco ecológico y democrático. El ecosocialismo implica una transformación social revolucionaria, que conllevará la limitación del crecimiento y la transformación de las necesidades por un profundo desplazamiento de los criterios económicos cuantitativos a los cualitativos, el énfasis en el valor de uso en lugar del valor de cambio. Estos objetivos exigen la adopción de decisiones democráticas en la esfera económica, permitiendo a la sociedad definir colectivamente sus metas de inversión y producción, y la colectivización de los principales medios de producción. […] El rechazo del productivismo y el abandono de los criterios cuantitativos por los cualitativos implican un replanteamiento de la naturaleza y los objetivos de la producción y la actividad económica en general” (10). Frente a la urgencia climática, sólo nos queda (auto)organizarnos e innovar en una perspectiva internacionalista, anticapitalista y democrática, pensando como Gramsci que el pesimismo de la razón tiene que alimentar nuestro optimismo de la voluntad (colectiva).

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