viernes, 21 de noviembre de 2008

Panel Cultura y Bicentenario: intervención Lautaro Núñez



Lautaro Núñez es Profesor titular de la Universidad Católica del Norte, doctor en Antropología. Ha dedicado su vida a la arqueología y es reconocido por su trabajo de investigación en el norte del país. El 2002 fue reconocido con el Premio Nacional de Historia. Desde el 2006 es miembro del Directorio Nacional del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.




Amigos, amigas, distinguidos compañeros de los pueblos aborígenes, de los pueblos originarios. Yo estoy acá para hablar de un tema bastante complicado, porque después de lo que hemos escuchado, yo no entiendo cómo este país va a celebrar en buen concierto, un cumpleaños con tantos regalos, en un escenario en donde no se sabe hacia dónde vamos. Y además, y esto es lo más crítico para nosotros, con una torta en la cual no sabemos si vamos a colocar doscientas o catorce mil velitas que es el tiempo real de nuestro país. ¿Qué estoy diciendo? En esto quisiera ser muy claro. Mantengo el mensaje de nuestros pueblos originarios para recordarles que ellos también están acá y desde mucho antes del proyecto colonial y mucho antes del proyecto republicano.
Este era un país sin gentes hasta la edad del hielo, época en la que llegan estas gentes que son nuestros pueblos originarios. Se demoraron miles y miles de años en transformar este paisaje de flora y fauna en un paisaje doméstico. Estos pueblos originarios nos entregaron un país amansado. Sin esta transformación cultural del paisaje, la invasión europea tal vez habría tenido paisajes muy drásticos en sus epopeyas.
Lo que tenemos que entender definitivamente es que este es un país que, como tal, como paisaje construido, ha sido construido por todos. Con una diferencia fundamental, que son nuestros pueblos originarios los que, desde catorce mil años antes de nosotros, han estado presentes aquí. No nos descubrieron, nosotros estábamos aquí. Lo que ocurre es que no podemos reconocer todavía cuáles han sido estos grandes aportes de nuestros pueblos originarios que nos conocen a nosotros mucho más que nosotros a ellos. Y cuando hablamos de pueblos originarios, ni siquiera estoy empleando el término mestizo, porque nosotros los mestizos sí que sumaríamos en total mucho más de un millón y medio de habitantes hoy vinculados con el mundo rural y con el mundo urbano y esencialmente de pueblos originarios.
Este es un país indígena y mestizo construido por ellos inicialmente y posteriormente construido por españoles y criollos, y posteriormente construido por emigrantes. Todos han tenido un rol importante en esta visión plural de un país. Pero ¿por qué no hemos sido capaces de reconocer los aportes de los pueblos indígenas y mestizos? Porque nunca hemos tenido la capacidad de poder reconocer en el otro aquellas respuestas civilizatorias que nunca fuimos educados para entender. En los textos escolares se habla de acequias indígenas, no se habla de sistemas hidráulicos; se habla de chozas, no se habla de ciudadelas; se habla de lenguas y nadie puede entender la gran capacidad lingüística de nuestros pueblos.
Lo que estoy diciendo es que hemos estado junto a pueblos originarios que han hecho el país primero que nosotros y no hemos logrado reconocerlos en su diversidad y menos en la capacidad de poder domesticar, desde el desierto más extremo a la Antártica, las tierras más difíciles de Sudamérica y entregarlas amansadas para que el proyecto colonial y republicano pudiera hacer este país.
En suma ¿de qué estamos hablando? Estamos hablando de que durante el régimen decimonónico y el siglo XX se ha gestado apenas doscientos años de modelo de país. Esto no es más que la vida de cinco ancianos sucesivos. La vida de este país contiene catorce mil años antes del presente o doce mil años antes de las enseñanzas de Cristo, si ustedes lo prefieren. ¿No creen ustedes que ese largo tiempo indígena no fue suficiente para poder construir un país amado entre la esperanza y la desesperanza, entre el éxito, el riesgo y el error? ¿No creen ustedes que es tiempo de que terminemos de hablar de una madre patria española y aceptar que nuestros padres y nuestras madres fundadoras fueron esencialmente nuestros antepasados indígenas?
Entonces, para esta fiesta de cumpleaños tenemos que ser suficientemente plurales y entender que cada uno de nosotros tiene el derecho de celebrar o doscientos años o catorce mil años. La torta tendrá más o menos velitas según la visión de quien pueda aceptar con mayor vehemencia, con mayor racionalidad o con mayor emoción, este mundo indígena que desde el siglo XIX hemos puesto en el patio trasero del país.
¿No les parece extraño que solamente a partir de esta apertura democrática haya surgido en este país el comienzo de una cultura para entender al mundo indígena? Las primeras leyes indígenas, que son realmente un aporte sustancial, son producto de este nuevo pacto planteado entre el mundo democrático de hoy y nuestros líderes indígenas. Y lo que es más importante, este es un país que debe entender que el mundo indígena no es solamente ese gran y magnífico mundo indígena mapuche. Ellos son los más epopéyicos, ellos son más en cantidad y calidad, ellos fueron los que resistieron el proyecto colonial, ellos fueron los que, como vencidos por nuestro ejército después de la Guerra del Pacífico, no tuvieron la posibilidad de escribir sus historias. Los vencidos no escriben sus historias. Las historias de este país la han escrito los vencedores. ¿No creen ustedes de que ya es el tiempo de que los indígenas y los pueblos originarios puedan escribir sus historias?
Un país tiene historia cuando los vencidos y los vencedores escriben sus historias. Recién conocemos la historia y, frente a este mundo fascinante de la diversidad, entendemos también por diversidad esa situación extraordinaria de haber reconocido pequeñísimos pueblos originarios, estas minorías de las minorías. ¿Cómo no va a ser emocionante tener con nosotros a Margarita de Atacama? Ella es de una aldea atacameña donde no son más de cinco mil. A los atacameños les quitaron su lengua hacia el siglo XIX y, sin embargo, la democracia les ha reconstituido, aunque sea a cincomil, un rol y un espacio en nuestra historia. ¿Cómo no va a ser emocionante que se produzca un proceso de reindigenización, donde habitantes en la costa quieren volver a ser changos? Es imposible volver atrás, pero el solo hecho de que se la jueguen por definirse como protagonistas en la historia a través de la indefinidad, me parece un acto extraordinario.
Entonces, nos mantenemos entre el dolor de la extinción en el sur y la pasión de pequeños pueblos. Hablo de changos, hablo de quechuas, hablo de una cantidad de pequeñas agrupaciones, incluso diaguitas, que quieren tener un lugar protagónico desde su cotidianidad. Esto es posible cuando un país ha logrado efectivamente sentir en sus vísceras que la diversidad es una realidad absoluta. Diversidad no solamente entre nosotros, sino también entre los propios pueblos indígenas.
Para finalizar quisiera compartir, como política de Estado, como política de este Ministerio, algo que don Pablo nos enseñó hace tanto tiempo. Neruda, como todo poeta, llega primero que los historiadores a entender que esta patria está hecha primero por los indígenas y que después llegamos nosotros. Es el mismo Neruda quién nos dice que no podemos transformar estos discursos en bombas lacrimógenas. Lo que tenemos que hacer es no echarnos sal a los ojos. Lo que debemos hacer es, con un sentido del optimismo, con un sentido de constructores de país, aceptar definitivamente que estamos en presencia de un país donde ahora, como política de este Ministerio, tendremos todos los espacios posibles para educarnos mutuamente con nuestros líderes indígenas, con nuestras comunidades indígenas y, desde la cultura, establecer los vínculos más potentes. Porque si nuestras puertas están abiertas a la cultura indígena, hemos dado un paso en la democracia y en la construcción de un país libre, mucho más de lo que todos imaginamos.
Hace horas atrás observamos a la orquesta de niños de Osorno. Fue muy emocionante su música, sin embargo, lo que más me emocionó fueron los rostros de esos niños. Allí estaba el misterio de Chile, ahí estaba la edad del país. Había rostros que descendían directamente de emigrantes europeos, había rostros esencialmente mestizos, hijos de criollos y de indias y había rostros mapuches y huilliches. Todos integrados. Todos bajo una música latinoamericana, esa otra identidadque todavía no hemos descubierto. Ellos nos han dado la gran lección: nuestros componentes étnicos pueden integrarse, pueden crear cultura y pueden ser amados por todos nosotros.
Muchas gracias.

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