jueves, 27 de diciembre de 2007

Gabriel Salazar:

Este investigador, Premio Nacional de Historia 2006, incorporó
nuevos sujetos de estudio a la historiografía tradicional. De
hecho, más de alguien lo considera el fundador en Chile de una
escuela historiográfica, la Nueva Historia Social, cuyo sello es
precisamente la inclusión de los más desposeídos

Por Cristián Labarca


Conversar con Gabriel Salazar es conversar con la historia. ¡Vaya
lugar común! Lo poco común es que al oírlo, y a diferencia de
todo diálogo con el grueso de los historiadores chilenos, el auditor
no tarda en sentirse observador activo de acontecimientos de enorme
relevancia que, sin embargo, ocurren a la vuelta de la esquina, a veces
frente a sus narices. A sus 70 años, Salazar se mueve con agilidad:
un día dialoga con los líderes “pingüinos” del movimiento estudiantil,
otro con un grupo de dirigentes de ferias libres. En cada uno de
estos encuentros toma el pulso a una historia viva de la que jamás
nos hablaron en la escuela, la del ciudadano de a pie, ese que día a
día madruga y trasnocha construyendo, en absoluto anonimato, este
país. Historia demasiado presente que es observada, analizada, vivida
y compartida por Salazar.

Tras el golpe de Estado de 1973, Gabriel Salazar fue detenido y conducido
a los centros de detención Villa Grimaldi y Tres Alamos. Mientras
estuvo detenido, entre 1975 y 1976, desarrolló un curso de historia
económica chilena, que después se convertiría en el libro “Historia
de la acumulación capitalista en Chile (apuntes de clase)”1. En 1976,
partió al exilio al Reino Unido y regresó en 1985, editando ese mismo
año su obra más importante “Labradores, Peones y Proletarios”2.

Hoy, como Rousseau, el filósofo, sociólogo y Premio Nacional de
Historia 2006 defiende que “la soberanía no debe delegarse ni se
delega. Todos los que están arriba, supuestamente en este centro de
poder, con su memoria oficial, con su Constitución Política, con sus
fusiles bajo el brazo, por más que tengan la fuerza, la ley y el discurso
de legitimación tardía, no tienen ni legitimidad ni son soberanos,
la soberanía siempre radica en el sujeto libre. Es un derecho humano
fundamental, por eso da derecho a la rebeldía y por eso que los
jóvenes se rebelan. Y lo hacen de distintas maneras, echando abajo
mobiliario urbano o pensando cómo levantar un proyecto político
alternativo, esto se basa precisamente en el legítimo derecho a la
rebelión cuando te enfrentas a un sistema que es ilegítimo, cuando
no consultaron tu soberanía para construirlo. Aunque un gallo sea
pobre, harapiento, lo que se quiera, pero el tipo es soberano en todo
momento. Claro que individualmente no pesa nada, pero si nos
asociamos, sí”.

¿Hay similitud entre este sujeto que aún no da el paso hacia
esa asociación, y aquel de hace 100 años, a propósito de la
conmemoración de la matanza en la Escuela de Santa María de
Iquique? Se ha subrayado bastante respecto de la similitud de
ambos períodos; auge económico que generó, como sucede hoy,
opulencia en forma paralela a una gran desigualdad. Actualmente
somos el 8º país más desigual del mundo.

Tanto a fines del siglo XIX como en el XX y ahora en el XXI, hay
dos factores que se repiten. Uno es la existencia de un gran poder
económico externo que hace fuerza para que Chile abra sus puertas
a su comercio, por tanto exige librecambismo, liberalismo, y que se
bajen los aranceles aduaneros para que entre la mercancía a borbotones
y se creen las condiciones para que además entre el capital
extranjero a invertir en lo que quiera. Eso se dio a fines del XIX,
en el XX y ahora en el XXI se sigue repitiendo. Otro factor que ha
determinado que esto se repita son las Fuerzas Armadas. En Chile,
las Fuerzas Armadas han sido siempre partidarias de asociarse con
ese poder externo, porque ellos creen en la geopolítica y piensan que
lo lógico es asociarse con el máximo poder mundial, para buscar de
alguna manera tener un poder relativo frente a los poderes locales,
los vecinos: Perú, Bolivia, Argentina. Las Fuerzas Armadas chilenas
buscaron primero la cercanía con Inglaterra, después Estados Unidos
y ahora el mundo entero para tener la fuerza necesaria. En función
de eso siempre han dado golpes de Estado en la misma dirección,
nunca han dado un golpe de Estado de un verdadero nacionalismo,
para cerrar las puertas y decir ‘bueno, desarrollemos nosotros y dejemos
a estos poderes fuera’. Nunca han dado un golpe de Estado para
desarrollar la industria o restablecer la igualdad social. Por esa misma
razón es que nunca han asumido una identidad con el movimiento
popular, al contrario, lo han visto siempre como un enemigo interno.
Las Fuerzas Armadas están enfermas porque partieron combatiendo a
los mapuches, durante casi cuatro siglos se formaron combatiendo al
indígena. Después siguieron combatiendo y persiguiendo a los rotos,
vagabundos, peones. Luego, durante los años ’10, ’20, siguieron
matando a los obreros subversivos. Más tarde con los humanoides,
como llamaba Merino a la gente de izquierda. Y ahora están calladitos,
pero ante cualquier cosa van a salir de nuevo a enfrentar a los
jóvenes subversivos. Es una enfermedad cultural, política, que atenta
contra la soberanía ciudadana. Necesitan ser reeducados, y sólo la
ciudadanía puede reeducarlos. Estoy seguro de que si hoy se hace una
encuesta al respecto –nadie se atreverá a hacerla- la gran mayoría de
la juventud votará que haya abolición del Ejército nacional, reemplazo
por milicias ciudadanas. Ya se pensaba eso en los ’60, por eso creo
que equivocadamente pensamos que a través de las armas se podía
derrotar a estos gallos, pero no, la verdadera arma contra los políticos
no es otro fusil, es la cabecita.

Unificar a la clase popular

¿Cuál es la importancia de conmemorar, más allá de la efeméride,
una matanza como la de Santa María de Iquique? ¿Cree que de
la historia se pueden sacar lecciones?

Es importante recordar las masacres, que son muchas. Si partes de
la Independencia para acá, sumas veintitrés. ¡Veintitrés veces! Si tú
piensas que en dos siglos las Fuerzas Armadas han intervenido veintitrés
veces en la misma dirección, es que la cosa está mal. Entonces es
bueno que estas masacres emblemáticas se recuerden.

¿Por qué esta es particularmente emblemática?

Por la cantidad enorme, por las condiciones –los masacraron en una
escuela, porque los ametrallaron- y luego porque se convirtió en un
recuerdo que permaneció mucho tiempo semiolvidado, la prueba está
en que el monolito que recuerda la masacre, que es una porquería de
un metro de alto, está todo borroneado y en medio de una feria libre
donde lo tapan con lechugas y cebollas. Entonces, gracias a la Cantata
Santa María que tuvo un éxito sensacional gracias a Quilapayún, es
que se fue convirtiendo en algo emblemático. No es extraño que los
libros que se han escrito y se siguen escribiendo hasta ahora sean
todos posteriores a la cantata. Es la cantata la que abre el proceso
de mistificación, pero tan emblemática como ésta hay muchas otras.
Está bien recordar eso, pero hay que recordar las otras. Y recordarlas
todas, porque eso da cuenta de quién es el que mata aquí. Y no una
vez, sino veintitrés veces, y están listos probablemente otra vez, por
eso digo que están enfermos. En el fondo la puntería de la recordación
no debe dirigirse al sentido de victimización, lloremos todos
juntos con los caídos, aquí hay que sacar rabia para mirar y apuntar
al que realmente mata. Por eso que es bien interesante lo que planteó
tiempo atrás un grupo de sicólogas que decía ‘no está bien que todos
los 4 de septiembre hagamos una marcha que parte en la Alameda,
insiste en pasar por Morandé 80 y va al cementerio a llorar junto a
la tumba de Allende. Es reproducir el mito, recordarlo siempre como
un mito de dolor, terminar llorando la pena. ¿Por qué no dar vuelta
la marcha?’, decían ellas, ‘¿Por qué no partimos en la tumba y vamos
luego a La Moneda, con rabia?’. Yo diría ni siquiera a La Moneda,
partiría a un regimiento, al regimiento Buin que está por ahí cerca.

¿Con qué intención?

¡A decirles que son asesinos! Y no una vez, veintitrés veces. Una
institución que veintitrés veces ha masacrado es como si un criminal
matara a veintitrés personas. A los responsables del 11M español,
¿recuerdas cuántos miles de años sumaba la pena que les dieron?
Y estos gallos que veintitrés veces han hecho masacres donde han
muerto no sé cuántas personas (un día las voy a contar) se merecen
por lo menos una pena que corresponda a una acción soberana de la
ciudadanía, y eso equivale a una reconstrucción de la institución.

Llama la atención que en el caso chileno la construcción del
movimiento popular de matriz obrera, a diferencia de otros
movimientos sociales en América Latina de la misma época,
permaneció ajena a la implementación de la violencia como
forma de respuesta frente a la represión estatal.

Es cierto que las masacres paralizaron una forma de acción... que no
era violenta tampoco, porque hay que considerar que hubo masacre
en 1890, en 1903, 1905, 1906, 1907... en rigor no hay que hablar sólo
de Santa María, es una seguidilla de masacres, en circunstancias que
el movimiento popular en esos años no era violentista. Cierto que
los peones, la masa marginal, aprovechaba cualquier coyuntura y
movilización callejera de los huelguistas y de los obreros propiamente
tales, para lo que han hecho siempre: asaltar el comercio porque
son pobres y saquear los almacenes. Pero esa no es violencia política,
llámala delictual, marginal, desquite, lo que sea. Es cierto que la
seguidilla de masacres obligó al movimiento popular a cambiar de
táctica y pasar de un tipo de propuesta a otro. Y en el nuevo tipo de
propuesta desafortunadamente comenzó a primar la configuración de
un partido político que empezó a colocar su gente dentro del Congreso
Nacional y del Estado, aceptando la Constitución Política de 1925,
que se hizo absolutamente al revés de lo que querían los movimientos
social-populares. Los partidos políticos que aceptan esa constitución
liberal, alessandrista, que traicionó todo el movimiento popular,
siguen la ruta abierta por Alessandri y se meten dentro del Estado,
dentro de esa constitución, igual que ahora. Por eso es que el Partido
Comunista al final acepta la constitución, ya que con ésta apostaba a
tener diputados y senadores. Cuando aparece, el Partido Socialista hace
lo mismo. Y de nuevo el PC no halla cómo colocar un par de diputados
dentro del Congreso y aceptar la vía institucional que fue impuesta por
Alessandri a espaldas del movimiento popular. Ese es el cambio que se
produce, este nuevo movimiento político, desde dentro de un Estado
liberal, necesitaba apoyo electoral y éste lo logran organizando a los
trabajadores de una manera distinta a como se organizaban éstos antes
del año ’30, y se aprovechan del decreto con fuerza de ley dictatorial de
Carlos Ibáñez del Campo, del Código del Trabajo, para comenzar a meter
a los trabajadores sindicales industriales y sacarlos de las mutuales
y las mancomunales que ellos habían construido antes. Estos sindicatos,
ahora, por sí solos, no pueden hacer nada salvo pedir más salarios
y hacer huelga por eso. La presión para que se les resuelva la petición
la hace el partido político y se forma esta correa transmisora: sindicato
– partido político – congreso – gobierno. Es el gobierno el que resuelve
los problemas y así se va generando el circuito del populismo. Eso es
lo que cambia después de 1907, pero fue un cambio para peor, porque
mató al movimiento popular -en este caso sindical- en lo que tenía de
autonomía, soberanía, lo que tenía de capacidad propositiva.

¿Qué impide hoy que este movimiento obrero popular no alcance,
después de un siglo, la fuerza que necesita para provocar un
cambio real?

Bueno, porque lo han destruido y revolcado en el suelo dos veces.
Después de 1907 se puso fin a todo el movimiento mancomunal
y mutual que era autónomo -orgullosamente propositivo más que
peticionista- lo revuelcan y lo reconstruyen luego con organizaciones
sindicales dependientes de partidos populistas, a su vez dependientes
del Estado, el Estado es el que hacía la revolución, no el pueblo.
Viene el golpe militar y de nuevo lo refriegan y le eliminan la posibilidad
de organizarse a través de grandes confederaciones sindicales
que hoy son una pura pantalla, y no le dan ninguna otra orientación.
Pero tiene que reconstruirse, eso es lo interesante de este período,
cómo se puede reconstituir el movimiento popular, no digo el movimiento
sindical; una cosa es la clase popular y otra la confederación
sindical. Entonces la gran pregunta hoy es: ¿vamos a insistir en organizarlo
todo con centro en los sindicatos o vamos a tratar de unir al
pueblo y generar como pueblo?

Esta última es la opción que usted defiende.

Claro. Yo concuerdo, los obreros son importantes, los trabajadores
que tienen buen contrato son importantes, pero tan importantes
como ellos son los que tienen trabajo precario, temporal, que trabajan
cuatro meses y cuatro no. Esa es la gran masa de la población
ocupada hoy. La gran tarea sociopolítica y sociocultural hoy es
unificar al conjunto de la clase popular, por eso me la juego. Para mí,
tan importante es el cabro huacho que callejea, el cabro que está con
pistola peleando con los pacos, como el obrero que lucha por mantener
sus ingresos y a su familia.

Entonces la violencia también es una alternativa.

Es que ese es el problema. Siempre se tiende a pensar en función de
estrategias políticas, como si la estrategia política fuera una ciencia
que se discute en un congreso de partido y se toma una opción. Y se
dice ‘opción por la violencia, opción parlamentarista, opción por la
negociación...’. No, lo que pasa es que el sistema genera una gran cantidad
de sujetos diferenciados, de identidades distintas. Y cada uno de
ellos asume su conflicto a su manera y reacciona. Algunos reaccionan
con la violencia. Si yo estoy indignado con el sistema porque mis viejos
están sin pega y se separaron y más encima se agarran a combos en
la casa y le pegan al cabro chico y yo estoy hirviendo de rabia y quiero
estudiar y resulta que me cobran tanto, y si llego a la Universidad me
cobran más todavía y si logro estudiar quedo endeudado... Entonces
ando con una rabia evidente, pero no sé cómo mierda canalizarla con
una proyección política, porque no hay la instancia política institucionalizada
para hacer eso. ¿Qué hago? Si tengo oportunidad, agarro a
peñascazos a los pacos, rompo lo que pille por delante y dejo constancia
de que no estoy contento. Eso es violencia también. Entonces, no
es cuestión de decir elijamos esta violencia o no.

Pero es un camino válido.

Válido en la perspectiva de cada sujeto que lo tome. El problema
nuestro es que si queremos unificar al pueblo, vamos a tener que
aceptar en alguna medida eso, pero siempre orientando en virtud de
una salida política que interese realmente a los sectores populares y
que tiene que salir de los sectores populares.

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